Hay cosas en el mundo que simplemente no se pueden explicar. Momentos en los que sientes que todo se pausa por un segundo y algo invisible está moviendo las piezas sin que nadie lo note. A veces es un olor que te hace recordar algo que creías olvidado, otras veces es un viento que parece susurrarte cosas que nadie más puede escuchar. Hay lugares donde la luz no cae de forma normal, donde los colores parecen más vivos y el aire se siente más pesado, como si guardara mil secretos que esperan a que los descubras.
Hay personas que pasan por la vida dejando algo atrás que no se ve, pero se siente. Un gesto, una mirada, un simple roce, y de repente todo parece distinto. Es raro de explicar, pero es como si hubiera algo más grande moviéndose bajo la superficie, conectando cosas que parecen no tener sentido, haciendo que todo encaje aunque no puedas decir cómo.
Incluso los días más comunes tienen momentos que no se pueden nombrar. Un árbol que se inclina justo cuando pasas, una estrella que aparece donde no debería, o una canción que llega justo en el momento exacto y te hace sentir que todo tiene sentido aunque no sepas por qué. Son esos pequeños detalles los que te recuerdan que la vida guarda secretos, que hay algo en cada rincón, esperando a que lo notes.
Y lo mejor es que no hace falta entenderlo todo para disfrutarlo. Solo tienes que dejarte llevar por esas sensaciones, por esa chispa invisible que aparece cuando menos lo esperas. Aprender a mirar distinto, a escuchar más allá del ruido, a sentir sin pensar demasiado. Ahí es donde pasa lo increíble: en esos segundos que nadie más ve, en los pequeños milagros que hacen que tu corazón lata más fuerte y que un día común se vuelva inolvidable.
Es como si el mundo tuviera vida propia. Cada instante guarda algo oculto, esperando a que alguien lo descubra. Lo encuentras en los lugares más simples: en un camino tranquilo, en la risa de alguien inesperado, en la calma de la noche. Es sutil, pero está ahí, siempre ha estado ahí, aunque no lo hayas notado.



















